MADRECHILLONA

 🧙‍♀️1...2...3... ¡Érase una vez!📚



Creo que toda mi vida he idealizado las grandes cosas y, en lo que a la maternidad se refiere, "iba a por nota".

Quería un embarazo consciente (mimos 'non stop'), un parto natural no instrumentalizado (en mitad del bosque, como la madre de Bambi), piel con piel (desde el primer segundo), lactancia materna exclusiva (sí o sí)...

¿Qué tuve? Una buena ración de realidad de la que me costó recuperarme. 

En el pack iba incluida, por supuesto, la crianza respetuosa: que no entiende de castigos, ni voces ni imposiciones, que saca a relucir los valores más puros del ser humano y que alimenta la autoestima y la estabilidad emocional de nuestros hijos a base de paciencia, de sentirse escuchados y de refuerzos positivos.

Nunca jamás le daría voces a mi hija. 

Hasta que se las di.

Y hay unos instantes (junto antes de etiquetarte como el peor ser que pisa la tierra), en los que te sientes aliviado, desahogado. Pero, en realidad, es una derrota como un templo. 

Lo que no has sido capaz de conseguir razonando, buscando mil rutas para llegar a buen fin, pretendes o crees haberlo obtenido con esos gritos que, realmente, han logrado que pare de hacer eso que no debía hacer, incluso que venga llorando y corriendo hacia a tí.

No nos engañemos. A nadie le gustan los malos modos. Un par de voces solo conseguirían asustarnos o enfadarnos. O las dos cosas.

A ellos, a nuestros hijos, los paraliza, los asusta, los hace sentirse mal.

Los gritos no traen obediencia sino terror y sumisión.

Podemos tener nuestra mejor intención, ser los mejores padres para ellos pero, también tenemos horas bajas y, si errar es de humanos, rectificar es de sabios. 

Por eso, mamá pingüina no lo duda ni un segundo y, tras haberse dado cuenta de cómo se siente su hijo cuando le grita (roto, perdido, diseminado), recapacita, y nos da a todos una gran lección de crianza respetuosa: pidiéndole perdón.

Porque nunca es pronto para enseñarles que nosotros, los papás, también estamos en fase de aprendizaje constante y dar ejemplo: si nos hemos equivocado, ellos, más que nadie, merecen una disculpa.


Escribe: Jutta Bauer

Edita: Loguez Ediciones


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